Las curas en la enfermería del Reformatorio de Alicante eran espantosas. Con los pulmones inundados de pus, aquejado de una neumonía profunda y con el estado de ánimo destrozado, Miguel Hernández sabía que se estaba muriendo y que nadie iba a hacer nada por impedirlo. Miguel, el poeta cabrero, que pensaba que contra él no podía haber nada, había subestimado a sus enemigos. Podía haber huido, podía haberse retractado, pero se empeñó en agarrarse al clavo ardiendo en que se habían convertido sus principios y, a finales de 1941, ya se estaba abrasando.
Iba a caer al precipicio y sus fuerzas físicas y mentales se concentraban ya en lo verdaderamente importante y esencial, que en su caso era el amor por su mujer Josefina y su hijo Manuel Miguel. A ella le había entregado, en el lapso de tiempo entre su salida de la cárcel de Madrid y su nueva detención en Orihuela, la primera parte del Cancionero y romancero de ausencias, donde ya derramaba versos grabados a fuego en su carne, como "Yo que creí que la luz era mía, / precipitado en la sombra me veo". Y siempre sabiéndose libre, aunque el sol le pegara en la frente a través de una fila de barrotes: "Libre soy, siénteme libre, solo por amor", escribía.
A falta de otro material, en Alicante Miguel Hernández utilizó el papel higiénico para escribir, con su caligrafía refinada a pesar del medio, sus últimos textos. Se trataba de cuatro cuentos, dos de los cuales (Un hogar en el árbol y La gatita mancha y el ovillo rojo) han permanecido inéditos hasta ser publicados en el catálogo de la exposición Miguel Hernández. La sombra vencida, organizada por la Sociedad Estatal de Conmemoraciones Culturales (SECC) e inagurada esta semana en la Biblioteca Nacional de Madrid. La edición es un facsímil que reproduce su origen tal y como se encontró: varias hojas de papel higiénico de 12 por 19 centímetros, cosidas por un hilo de color ocre.
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http://www.publico.es/culturas/340806/papel-de-vater-para-seguir-siendo-un-hombre-libre
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