El clero vasco sufrió la represión franquista de forma clara por no haber secundado, en su gran mayoría la causa nacional. Al ocuparse Guipúzcoa se calcula que fueron fusilados hasta catorce sacerdotes. Casi todos ellos había sido capellanes castrenses del ejército vasco. Se les acusó de haber tomado las armas, de haber incitado a la lucha o de haber cometido sabotajes. Otros fueron condenados a muerte por delitos de tipo político.
En la ocupación de Vizcaya se sabe que fueron sentenciados a muerte tres eclesiásticos, como el capellán de un barco prisión, Manuel Lladós Arzuaga.
En total se estima que fueron castigados de alguna manera un tercio de todo el clero vasco. Se encarceló a unos ciento cincuenta, y el resto fueron sancionados con cambio de parroquia o se envió a religiosos a misiones o conventos fuera de España.
El cardenal Gomá se encargó de todo lo relacionado con el clero vasco. Comunicó al papa el deseo de Franco de que el pontífice condenara la colaboración de los católicos con los comunistas y anarquistas en el País Vasco, y también realizó todo tipo de mediciones para mejorar el trato que recibían los eclesiásticos. Se da el caso de su protesta ante el general Dávila cuando supo que iban a ser fusilados nueve clérigos de la diócesis guipuzcoana. Sus gestiones tuvieron éxito. También se entrevistó con el dictador.
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