Timor Oriental era un enclave fundamental en el conflicto del Pacífico. A esta provincia autónoma portuguesa llegaron tropas australianas y holandesas a los pocos días del desastre de Pearl Harbor. Los australianos podían emplear la isla para sus vuelos, y temían que cayera en manos japonesas porque se podía convertir en una base para atacar el norte de Australia. Pero este desembarco pacífico tuvo consecuencias terribles para la población porque se les implicó y no se les defendió de los japoneses. El gobierno portugués logró de los aliados el compromiso de su retirada a cambio del compromiso de que defendería la isla. Se envió un convoy pero no llegó a tiempo porque los japoneses fonderaron ante la isla y bombardearon Dili. Los holandeses y australianos tuvieron que replegarse al interior. Lisboa contactó con Tokio para que se retiraran las tropas pero no lo logró porque el gobierno japonés aludió a la existencia de tropas aliadas en la isla. Estas tropas holandesas y australianas consiguieron el apoyo de una parte de los indígenas y de los colonos, y se hicieron fuertes en las montañas. Los japoneses optaron por enviar las llamadas columnas negras, compuestas de indígenas de las Indias Holandesas y algunos timorenses descontentos con Portugal para combatir y así ahorrarse tropas propias.
El gobernador portugués intentó ser neutral pero quedó incomunicado por los japoneses. Además, asesinaron a algunos colonos. El gobernador logró crear una zona franca para dar cobijo a quien lo desease pero como no tenía muchos medios no pudo acoger a mucha gente. No pudo evitar las matanzas, y murió en una prisión cuando los japoneses le acusaron de ser favorable a los aliados. No bastó con que fuera declarado inocente por un enviado del gobierno de Lisboa.
Se calcula que, al terminar la guerra, habían muerto entre 40.000 y 50.000 timorenses.
(Veáse el artículo de Mikel Rodríguez Álvarez, "Neutrales bajo la bota japonesa", en Historia 16, número 370 (2007), págs. 66 y 67)
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