El historiador Julián Casanova en su libro La Iglesia de Franco, en el capítulo III y que lleva por título "La justicia de Dios" nos acerca a la figura del padre capuchino navarro Gumersindo de Estella que escribió unas memorias que fueron muy poco conocidas, y que el año 2003 se publicaron. En ellas Estella glosa su labor de asistencia espiritual a los presos en la guerra civil y los sucesos de la represión de los que fue testigo. Casanova nos descubre un sacerdote horrorizado ante la violencia desatada y ante el regocijo de otros religiosos y sacerdotes por los asesinatos y ejecuciones de republicanos por parte de los sublevados. Su actitud nada entusiasta de ese clima le valió una reprimenda de sus superiores. Se le ordenó trasladarse desde Pamplona a Zaragoza por indicación de los carlistas al superior provincial. El clima que se vivía en Navarra no era propicio para un religioso nada entusiasta con la orgía de sangre y represión.
En Zaragoza Gumersindo de Estella visitó la cárcel de Torrero, cercana al convento de los capuchinos donde residía. Se ofreció voluntario para asistir espiritualmente a los presos ante la delicada salud del sacerdote que venía desempeñando este cometido. Esta tarea absorbió sus energías desde junio de 1937 hasta marzo de 1942. Casanova afirma que la lectura de las Memorias, escritas como si fueran un diario, nos permite conocer el clima que se vivía en la cárcel zaragozana de donde salían muchos presos para ser fusilados, sus confidencias, y porque nos dan un testimonio de denuncia y perdón.
No todos los religiosos compartieron la actitud vengativa de la Iglesia.
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