En la madrugada del 8 de agosto de 1936 las tropas rebeldes entraron en la localidad de Zafra. No encontraron ninguna oposición. La primera tarea a realizar es la de comenzar el terror y la represión. El comandante Antonio Castejó está al mando de las tropas. Ordena que se realice una lista de habitantes que se hubieran destacado por sus ideas de izquierdas y republicanas. Dicha relación abarca setenta nombres, el 1% de la población de Zafra. Deben ser fusilados ese mismo día. Tenemos que tener en cuenta que dicha ciudad no había habido ninguna víctima del bando rebelde desde que había comenzado la guerra.
La lista se expone y los ciudadanos de derechas pueden verla y tachar el nombre que estimen oportuno. Se les permite realizar hasta tres tachaduras. Pero todo nombre eliminado debe ser sustituido por otro, ya que es condición indispensable que haya siempre setenta nombres. El párroco intenta sacar el máximo número posible de nombres, y hay discusiones. Al final quedarán cuarenta y ocho.
Se detiene a los integrantes de la lista. Al mediodía los militares abandonan Zafra por la misma carretera por la que han entrado, seguidos por los cuarenta y ocho personas de la lista definitiva. En las afueras son fusilados en grupos de siete, para que los demás vayan viendo lo que va ocurrirles.
Pero en Zafra la represión no ha terminado. La Junta Gestora y los militares siguen elaborando listas. En varios meses asesinarán a doscientas personas. Recordemos que Zafra tenía en 1936 un total de siete mil habitantes.
(Este texto se ha elaborado sobre un artículo de Montse Armengou y Ricard Bells, "Las fosas comunes de la Guerra Civil", Clío, número 3 (2004), pág. 71.)
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