Uno de los episodios de mayor brutalidad de la ocupación japonesa de China se desarrolló en la ciudad de Nanking. En el libro, ya citado, de Joanna Bourke, sobre las víctimas en la Segunda Guerra Mundial, y que aconsejo vivamente, se recogen dos testimonios reveladores de sendos soldados japoneses. Son estremecedores. En el primero de ellos se habla de la matanza de ciudadanos chinos, y en el segundo de las violaciones y asesinatos de mujeres chinas (se calcula que fueron violadas 20.000 mujeres).
"Cuando nos aburríamos nos divertíamos matando chinos. Los enterrábamos vivos, los echábamos al fuego, los apeleábamos hasta la muerte o los matábamos de otras maneras igualmente crueles"
"Mientras nos las tirábamos nos parecían humanas, pero cuando las matábamos sólo nos parecían cerdas. No nos avergonzábamos. No sentíamos culpabilidad. De no ser así no hubiésemos podido hacerlo. Cuando entrábamos en un pueblo, lo primero que hacíamos era robar comida, luego agarrábamos a las mujeres y las violábamos. Después matábamos a todos los hombres, mujeres y niños para que no huyesen y delatasen nuestra posición a los chinos. De lo contrario, no hubiésemos podido dormir por la noche"
Los textos son reveladores de una mentalidad fomentada por las autoridades para que los soldados no tuvieran remordimientos de conciencia ni sentimientos de culpabilidad: matar y violar eran actos casi banales, habituales. Como las chinas eran "cerdas" no importaba asesinarlas después de haber consumado la violación. Es la deshumanización total. Lo hemos visto en el caso de la invasión nazi de Rusia en un artículo reciente.
(Los testimonios en el libro citado de Bourke, pág. 66).
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