Incluyo el siguiente texto del profesor Robert Waitz, que trabajó en la enfermería del campo de Auschwitz, donde se puede comprender cómo se destruía física y moralmente a los prisioneros. No hace falta hacer más comentarios:
"Bajo tales condiciones de vida, el detenido, excesivamente cansado, subalimentado, insuficientemente protegido contra el frío, adelgazaba progresivamente quince, veinte, treinta kilos. Perdía de un 30 a un 35% de su peso. El peso de un hombre normal bajaba 40 kilos. Podían observarse pesos de 30 y 28 kilos. El individuo consumía sus reservas de grasa, sus músculos. Se descalcificaba. Se convertía, según el término cláscio de los campos en un musulmán. Es imposible olvidar con qué desprecio los S.S. y ciertos detenidos bien alimentados trataban a estos desgraciados denominados musulmanes; con qué angustia los caquécticos iban a la consulta, se desnudaban, se volvían, mostraban sus nalgas y preguntaban al doctor: "¿no es verdad doctor que todavía no soy un musulmán?". A menudo conocían su estado y decían con resignación: "ya soy un musulmán".
El estado de musulmán se caracterizaba por la intensidad con que los músculos se derretían; no había literalmente más que la piel y el hueso. Se apreciaba claramente todo el esqueleto y, en particular, las vértebras, las costillas y la cintura pelviana.
Hecho capital, esta decadencia física, la acompañaba una decadencia intelectual y moral. Incluso, a veces, aparecía antes. Cuando esta doble decadencia era completa, el individuo presentaba un cuadro típico. Avanzaba con lentitud, la mirada fija, sin expresión, a menudo ansiosa. Sus ideas, también, surgían muy lentamente. El desdichado no se lavaba, no cosía sus botones. Estaba atontado y lo recibía todo pasivamente. Ya no intentaba luchar. No ayudaba a nadie. Recogía la comida del suelo con su cuchara, la sopa caída en el fango; buscaba en los cubos de basura pieles de patata, tronchos de col y se los comía crudos y sucios como estaban. Es imposible olvidar el espectáculo dado por varios musulmanes disputándose tales desperdicios.
Se convertía en ladrón de pan, de sopa, de camisas, de zapatos, etc. Además, robaba con poca gracia y, a menudo, se dejaba sorprender.
En la enfermería se esforzaban por obtener un lugar cerca de un moribundo, de cuya muerte no avisaba para intentar obtener, de esta manera, su ración.
Se hacía arracar los puentes y coronas de oro a cambio de un poco de pan; en estos casos, era, generalmente estafado.
No pudiendo resistir la tentación de fumar, cambiaba su trozo de pan por tabaco.
En conjunto, el ser humano era retrotaído al estado animal y, a veces, está comparación, es un insulto a los animales.
La duración de esta evolución es de unos seis meses y nada es más cierto que esta terrible frase de un oficial de las S.S: "Todo detenido que viva más de seis meses es un estafador, ya que vive a costa de sus compañeros".
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El texto ha sido sacado de la obra citada de Léon Poliakov.
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