Ya está muy estudiado el desastre naval de la flota naval española frente a la norteamericana en la guerra de Cuba, la salida de dicha flota para ser destruida en un combate que nunca se podía ganar. Se ha hablado mucho de la insensatez de la prensa española que hablaba de la superioridad del soldado español frente al casi "indígena" soldado norteamericano. En las Cortes se oyen voces reclamando que la escuadra española saliera a luchar. El diputado conservador y muchas veces ministro Romero Robledo llegó a decir en una pregunta al gobierno liberal que las escuadras eran para combatir y si se perdía, "¿para qué nos sirven esas máquinas infernales que tanto han costado al país?" Conviene recordar que hasta hace no mucho, la historiografía más reaccionaria entroncaba con este pensamiento, poniendo como timbre del supuesto orgullo nacional español el episodio de enviar los barcos a la destrucción. Afortunadamente, la historiografía actual está libre de esos prejuicios.
Y se salió el día 3 de julio de 1898 y en cuatro horas esas "máquinas infernales" se convirtieron en chatarra.
Pero, ¿y el sufrimiento humano que produjo aquella salida insensata para alimentar el orgullo de un país en profunda crisis? Las consecuencias son claras: 350 españoles muertos, y 150 heridos y mal atendidos en las playas. Poco más hay que decir.
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