martes, 24 de julio de 2012

La crítica a las películas y documentales sobre el Holocausto


En el artículo anterior aludíamos a los estudios del historiador Álvaro Lozano en relación a la banalización del Holocausto. Aunque no hay nada mejor que leer los trabajos directamente, el autor de este blog se ha permitido glosar un aspecto tratado en el artículo de dicho autor en la revista “La Aventura de la Historia”, con un afán divulgativo.
Para Lozano habría dos demandas en relación con la representación del Holocausto en los medios audiovisuales. En primer lugar, existiría la exigencia de lo que se podrían llamar “historias humanas” con un final feliz vinculado a la voluntad y la determinación. En segundo lugar, estaría la búsqueda de una representación que se ajustase a la autenticidad, a la realidad del Holocausto, aunque con las convenciones que impondría el cine. Pero estas dos exigencias entran en una profunda contradicción porque, sin por un lado, se busca la realidad de lo que pasó es casi imposible o muy difícil encontrar “historias humanas” en las que triunfó el bien o tuvieron un final feliz. Un ejemplo estaría en la película de Spielberg, “La lista de Schindler”. La película se hizo con un afán de autenticidad pero, realmente, distorsiona lo que fue el Holocausto o ignora otras realidades del mismo, como sería el asesinato masivo o industrial de las personas. Recordemos que en la película el mal puede ser vencido con determinación pero, la realidad histórica es tozuda. Millones de seres humanos con la misma o mayor tenacidad desplegada por los protagonistas de la película murieron. El público desea finales felices pero en el Holocausto es casi imposible encontrarlos.
Álvaro Lozano insiste en que este tema de la supervivencia a través de la habilidad personal no puede tener cabida en el Holocausto. Sería una idea tan perniciosa como la que surgió al poco de terminar la guerra mundial: la de que los peores sobrevivieron, mientras que los mejores perecieron, es decir, la llamada “culpabilidad del superviviente”, un verdadero síndrome que duró hasta los años sesenta entre los judíos supervivientes. Ni los que fueron tenaces sobrevivieron ni los que sobrevivieron habrían traicionado a los demás. La suerte tuvo mucho que ver con la supervivencia. El cine obvia que, realmente, la mayoría murió y que existió, además, una amplia colaboración de alemanes con los verdugos.
En principio, podemos pensar que los documentales serían una forma mucho más real de acercarnos al fenómeno del Holocausto. Pero, también, hay que tener cuidado con el material empleado en los mismos, ya que, en muchos casos, proceden de imágenes elaboradas por los nazis para sus propios fines. También, conviene hacer una lectura crítica de los testimonios de los supervivientes porque fácilmente distorsionan el pasado y no por mala intención ni porque no sean auténticos sino por otra razón que no es responsabilidad de los mismos. Nos referimos a que no contamos con los relatos de los fallecidos, la inmensa mayoría. Y, Lozano, insiste, no fallecieron porque no quisieran sobrevivir, según el mito del cine norteamericano sobre la determinación y voluntad personales, sino por una serie de circunstancias donde la voluntad y la determinación jugaron un escasísimo papel.
No es fácil, pues, representar el Holocausto. Al menos, debemos ser conscientes, después de la lectura de lo defendido por Lozano, que conviene ser críticos con lo que vemos, alerta, además, frente a los negacionistas, que aprovechan las distorsiones de un cine lleno de buenas intenciones. Precisamente, por ello, podría ser una solución acercarse a representar con autenticidad el asesinato masivo de personas en las cámaras de gas, algo que estos negacionistas cuestionan constantemente.

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